Yo aprendí muy pronto a leer. Prontísimo. Mucho antes de la edad recomendada. Me salió así, natural. No sé si necesitaba descifrar todos esos objetos que llenaban las estanterías de mi casa. La verdad que no lo recuerdo.
A los 8 años ya me había leído todos los libros de Los Cinco y Los Tres Investigadores. Y Puck y alguno de Los Siete Secretos. Pasé a Sherlock Holmes y Agatha Christie. Quería ser escritora de novelas de misterio. Para mí Jessica Fletcher era lo más. También me leí una colección entera de Patricia Highsmith que había en casa y un montón de libros de Robin Cook.
Menos mal que mi madre me enseñó a Ana María Matute y a Michael Ende, con Momo y La historia interminable. Yo también leía a escondidas con una linterna bajo las sábanas y hace poco me enteré que también lo hacía ella. Y menos mal que también, con trece o catorce años mi tío me enseñó a Cortázar, Kafka y Borges.
Como ves, siempre he tenido lecturas poco recomendadas para mi edad. Y te prometo que tengo una fantástica salud mental. Es ahora (con treinta y cinco) cuando leo más literatura infantil y juvenil. Y hay algo que me preocupa. O que por lo menos me hace reflexionar… Bueno, no: sí que me preocupa.
Aun contando con la cantidad ingente de libros que se publican ahora mismo, los libros para leer escasean. ¿Qué está pasando con la literatura infantil? ¿Dónde está la literatura? Cada vez me encuentro con más libros que se justifican con una utilidad práctica. Se buscan cuentos para aprender a quitarse el pañal, para no tener celos de de la nueva hermanita, para afrontar la vuelta al cole o la intolerancia a la lactosa. Para, para y para… Pero… ¿dónde están los libros para leer? ¿Para vivir otras vidas? ¿Por la belleza de las palabras? ¿O simplemente por lo que tienen que contar?
Con esto no quiero decir que los libros con un propósito no tengan que existir o sean innecesarios, ni muchísimo menos. Pero no podemos convertir placer en eficiencia. O nosotros, que nos llamamos adultos ¿vamos al cine pensando en lo que vamos a aprender? ¿O disfrutamos de una cena por su valor nutritivo?
Para mí todo esto es un engaño. Que aprendan sin que se den cuenta. Y con un lenguaje facilito, con el que se reconozca fácilmente lo que está bien y lo que está mal. ¿Literatura? Qué más da, si son niños. ¿Placer? Eso es tiempo desaprovechado, no es cuantificable…
Indudablemente, hay que contar principios, hay que contar valores. Pero no podemos esconderlos para modelar personas sin que se den cuenta. Y, sobre todo, no olvidarnos de un principio muy valorable de las personas… la capacidad de imaginar.
Creo que tenemos que enseñar más ficción. Liberar nuestra habilidad para inventar, crear mundos imposibles, desatarnos de la realidad y la utilidad. Alimentar nuestra capacidad de soñar. Con personajes increíbles, escenarios imaginarios, historias terribles y malvados contra los que necesitemos luchar.
Todo eso lo encontré yo en esos libros no recomendados.
totalmente de acuerdo!! queremos enseñar siempre taaaanto a los niños, en cada cosa que hacen, que nos olvidamos de lo básico: que dejen volar su imaginación ya sea jugando como leyendo, o jugando, o cocinando… todo está tan pautado que no les dejamos crear por sí solos.